Black Crowes. Una de las mejores bandas de los 90
“The Southern Harmony and Musical Companion” (1992) de Black Crowes
Fue en 1992 cuando efectuó su vigorosa entrada La Armoniosa y Musical Compañía Sureña.
Tal como aconteció con los Davies, los Young, los Reid, los Knopfler o los Gallagher, algo muy primordial tenía que erupcionar de dos hermanos rockeros, así que Chris y Rich Robinson no iban a quedarse rezagados. Sorbiendo de los infalibles manantiales del southern rock setentero como Lynyrd Skynyrd o los Allman Brothers y ¿por qué no? también de ZZ Top (los Crowes, por aquella época tuvieron un estridente conflicto con Gibbons y Cia. por un tema de permuta generacional), la banda de Atlanta volvió a izar al cielo la Bandera Confederada cuando ésta parecía abatida. Ronnie Van Zant y el General Robert E. Lee hubieran estado muy orgullosos de los Crowes y del resucitado testigo secesionista.
Tras su primigenio pistoletazo de salida -aún por perfeccionar –Agita Tu Máquina De Hacer Dinero (1990), eclosiona en 1992 la egregia granizada de plomo Southern Harmony and Musical Companion (título en alusión a 335 Himnos Sureños en los Estados No Tan Unidos del siglo XIX) y que los situaba entre las diez mejores bandas americanas de la primera mitad de los noventa junto a Nirvana, Smashing Pumpkins, Guns & Roses ó Red Hot Chili Peppers, entre otros. La apertura de la grabación es una de las más huracanadas del historia del rock: la indómita ‘Sting me’ (Pícame hasta mis podridos huesos) engancha de seguido con ‘Remedy’ (indestructible su “I need a remedy-remedy-remedy-remedy”). La sosegada tensión acontece con ‘Thorn In My Pride’ o ‘Bad Luck Blue Eyes Goodbye”, pero vuelven a pisar -sin perder tiempo- el acelerador animalesco con ‘Sometimes Salvation’, ‘Hotel Illness’ y demás iras. Y es que el cantante Chris Robinson es aquí como un bronco cocodrilo de los pantanos de Georgia y nunca antes o después estuvo tan colérico con el mundo. Rich Robinson y –fundamentalmente- el enérgico y variado Marc Ford lo rocían todo de ese sonido de guitarras embarradas hasta el mástil, cualitativamente gruñonas, sello de la primera época del combo. Ed Harsch, para darles contrapunto, ofrece sus distinguidos teclados. El eficaz gremio rítmico con Johnny Colt al bajo y Steve Gorman a la batería complementan y equilibran al resto. George Drakoulias, monumental también en la producción, acaba de engrasar dicha propuesta que supone una bofetada al rock más convencional al reenfocar de modo vigoroso el cocktail de cinco ingredientes: Missisipi-Nashvillle-Dixie-Stax-British R&B. Esta obra, con su lograda cubierta color sepia suave envolviendo al desafiante grupo vagabundeando en un polvoriento cementerio de coches, sirve como portaaviones para la siguiente (aún mejor) como es “Amorica” (1994), que arroja nuevamente las coordenadas antes descritas, pero más potenciadas y roncas. Aunque siguieron sirviendo muy buenos discos después de éstos, nunca más los Meridionales Cuervos coronaron un árbol tan alto dentro de su salvaje, pero disciplinado aleteo.
Escrito por Txus Iglesias